Primer día de jardín, última hora: con el regreso de todos nuestros niños, volvió a empezar Espantapájaros.
El miércoles 16 de enero, la temperatura de Espantapájaros subió unos cuantos grados, no solo porque el sol de este mes volvió a brillar en Bogotá, sino porque llegaron todos nuestros niños. El martes 15 habíamos disfrutado la mañana con los nuevos alumnos y sus familias y, como suele suceder el primer día, muchos salieron llorando…pues no querían irse todavía. Otro ratico de columpios, la última vuelta en el triciclo o un tiempo más para jugar en el muñequero… Había tantas muñecas para alimentar, tantas comiditas por preparar y tantos juguetes para descubrir, que era difícil entender cuando papá y mamá decían, “nos vamos ya; despídete”.
“Mañana vuelves y nos vemos”, les dijimos. Y sí, el miércoles 15 era “mañana”, pero la diferencia era que los papás ya no se quedaban a jugar en el jardín. Y había otra diferencia enorme: más niños, muchos niños. Niños y niñas por toda la casa. ¡Cómo habían crecido en vacaciones! ¡Qué cantidad de historias contaban! De piscinas, de mares y de aviones que volaron a países muy lejanos en donde había princesas, castillos, museos y dinosaurios… o de lugares más cercanos, como la casa de los abuelos, la finca con muchos árboles y muuuuchos animales, o como el día después de Navidad en la cama de papá y mamá.
Sí, tantas historias. Algunas contadas con miles de detalles, como la finca en donde Nicolás conoció a una perra llamada Fiona y a otro perro (no recuerdo el nombre). O como los nuevos hermanitos de Daniel y de Alejandro que acababan de nacer en vacaciones. Daniel contó que su hermanito Tomás lo saludó “con la boca cerrada” porque no sabe hablar ni tiene dientes. (Luego supimos que la edad de Tomás es “dos días”). Para distraernos, fuimos al salón de los bebés de Eliana, y a Dani se le olvidó pensar en su papá mientras mirábamos a los bebés tomando onces y descubriendo que ellos sí tenían muchos dientes.
Llevamos más de 20 años viviendo, dos veces al año y una vez cada semestre, el primer día de colegio de la vida de los niños y no nos cansamos nunca de oír, de aprender, de descubrir…
- cómo crecen y llegan con sus pantalones saltacharcos…
- cómo descubren, de un día para otro, que son parte de un grupo…
- cómo se toman de las manos, cómo se llaman (de repente) con sus nombres y hacen planes juntos y descubren el significado de “decir amigo” o amiga. Como Raquel, leyendo cuentos al lado de María Alejandra, o Amelia, despidiéndose en la puerta de su amiga Antonia… o Tomás, Juan Felipe, Juan David, Matías o Fernando jugando a las carreras… o Kerim, Isabella, Luciana, Lucía, Martina, Paloma, que se sienten grandes… O como Mila, que quiere sentarse en las piernas de su primera profesora (¡y siempre encontrará un lugar, al lado de los más chiquitos, aunque ahora sea “mediana”!)
¡Cuánto tiempo hace que esos, nuestros “antiguos alumnos”, eran “los nuevos”! ¿Un semestre, un año, dos? Para ellos, media vida de su vida y para nosotros, estos días siempre llenos de asombro. Este oficio impredecible de descifrar jergas, sonidos, medias lenguas…(Lenguaje verbal y no verbal, decimos las maestras): una forma de llamar, de llorar y de calmarse, siempre particular y siempre inédita. Cada risa, cada llanto, cada modo de mover las manos, cada tono de voz, cada suspiro… Y esas caras, cuando ven llegar a sus papás o a sus abuelos, de nuevo, a recogerlos y descubren que era cierta la promesa: ¡sí volvían!
Cada vida que se abre en nuestra presencia y que nos va revelando una puerta, una ventana, una rendija para entrar y ser parte de su mundo, durante ese tiempo de comenzar a crecer en Espantapájaros.
¡Gracias por “prestarnos” a sus hijos todas las mañanas. Y bienvenidos a esta casa, que es la casa de sus niños y de ustedes!
Abrazos fuertes, como los que les damos a ellos todas las mañanas,
Yolanda Reyes y todo el equipo de Espantapájaros