Nuestra directora: «Las buenas-nuevas intenciones»

Por: Yolanda Reyes

Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.

En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 28 de septiembre de 2015, Yolanda Reyes escribió:

Las buenas-nuevas intenciones

 

Parece una paradoja que los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos en la Cumbre Mundial de Jefes de Estado para los próximos 15 años hayan sido proyectados sobre el edificio de Naciones Unidas, tan necesitado de aire acondicionado, tan iluminado y tanto poco amigable con el ambiente, justamente cuando el foco de la campaña era “educar a todo el mundo sobre los esfuerzos para luchar contra la pobreza, la desigualdad y el cambio climático”.

Por supuesto, el edificio de la ONU fue inaugurado en los 50, una década en la que tampoco estaba previsto que un afroamericano llegara a la Casa Blanca, que un latinoamericano fuera Papa, que los gringos cerraran y acabaran de reabrir su embajada en La Habana, después de cerca de medio siglo, y que gastar energía dejara de asociarse con progreso. Ahora, en el 70 aniversario de la ONU, su Secretario General declaró que “necesitamos una transformación en cómo producimos, usamos y compartimos energía”, y sus palabras contrastaban con esa fachada de vidrio, donde se leía el objetivo de “Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo en 2030” ¿En serio, como van las cosas, alguien lo ve posible en solo quince años?

A juzgar por las palabras del Papa Francisco, invitado a abrir la cumbre, él no lo ve posible y quiso dejar constancia: “Hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias”, dijo, y se refirió a un doble peligro: “limitarse al ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos –metas, objetivos e indicadores estadísticos–, o creer que una única solución teórica y apriorística dará respuesta a todos los desafíos”.

Un ejercicio burocrático, les dijo, y casi todos lo aplaudieron: al fin y al cabo, son muy diplomáticos. “Una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad… constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la desconfianza«”, les dijo también, para notificarles que veía las armas ahí, bajo la mesa.

Sin embargo, en materia de contradicciones, tampoco el Papa pudo tirar la primera piedra, al declarar que “la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones”. En una cumbre donde el quinto objetivo para 2030 es “lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a las mujeres y las niñas”, y una de las metas es “garantizar el acceso universal a la salud sexual y reproductiva y los derechos reproductivos”, sus palabras mostraron que la posición de la Iglesia Católica no va por esa línea. “El respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer”, a los que se refirió y en la que incluyó a “los no nacidos” reafirma que la eterna distancia en asuntos de género, respeto a la diversidad sexual y salud reproductiva se mantiene.

Pese al “nominalismo tranquilizador de conciencias” de los objetivos de la ONU, es interesante ver cómo ilustran los cambios de paradigma sobre el deber ser que se plantean los Estados. Por ejemplo, cuando se promulgaron los Derechos de los Niños en la Asamblea de 1989, nadie se imaginó que esa declaración afectaría las miradas sobre infancia que hoy tenemos como horizonte. Eso no significa que debamos esperar milagros de esas cumbres. Sencillamente dan líneas para cambiar de ideales, pero cambiar la realidad es bastante más complicado. Por eso debe ser que lo que ellos cambian, periódicamente, son los objetivos.

Yolanda Reyes