Nuestra directora: «El más educado»

Por: Yolanda Reyes

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Estas páginas están abiertas al debate, a la reflexión y al intercambio. Todas las escrituras son bienvenidas.

En su columna para El Tiempo de hoy, lunes 18 de agosto de 2014, Yolanda Reyes escribió:

El más educado

 

El lema de la campaña Santos, de hacer de Colombia “el país más educado de América Latina en 2025” me devuelve a esas épocas en las que solíamos estudiar solo para los exámenes y comparábamos quién había sacado cinco y quién cuatro con nueve. En esos tiempos, a las niñas bien educadas nos exigían “buenos modales” y bastaba con memorizar las capitales de América para “sacar buenas notas”. Hoy, en cambio, ¿qué puede significar ser un país más educado que México, Paraguay y otros del vecindario? ¿Más educado en matemáticas, trabajo manual, democracia, informática? ¿Qué autoridad nos evaluará, cuando llegue el 2025, si es que alguien se acuerda de la promesa? ¿Seguirá siendo la OCDE, o habrá sido reemplazada por otro club, en este mundo de hegemonías y socios cambiantes?    

Esa idea de la educación como un proceso idéntico para toda la gente, todos los países y todos los tiempos, susceptible de medirse al estilo de las gráficas de crecimiento empresarial, suena tan anacrónica hoy como la concepción del desarrollo humano en línea recta. Los nuevos enfoques del desarrollo vuelven a poner el foco en la persona como fin en sí misma y, desde esas perspectivas, los trabajos de Amartya Sen y Martha Nussbaum, entre otros, advierten que los elementos que definen la calidad de vida son plurales y cualitativamente distintos, que tienen que ver con la capacidad de tomar decisiones y que, por consiguiente, hay que ofrecer oportunidades para fortalecer las capacidades interiores. Asimismo, el desarrollo infantil dejó de verse como una serie de peldaños por los que todos los niños ascienden en fila y al tiempo, para concebirse como un proceso dinámico que se da a través de una intrincada conjunción de factores individuales y culturales, y en el cual se vislumbran, no solo cimas, sino también hondonadas, pues no todos somos iguales y muchas veces necesitamos retroceder para tomar impulso.

Ese retorno a la particularidad y a la impredecibilidad de nuestra especie humana que se está esbozando desde diversas disciplinas nos previene frente a la aparente seguridad de los guarismos. En La voz del aprendizaje liberal, (Katz Editores, 2009), el filósofo inglés Michael Oakeshott asocia la educación, no con un viaje, sino con una encrucijada, y nos recuerda que “no existe una vida humana o un hombre perfecto y sustancial que le sirva de modelo”. Por el contrario, dice Oakeshott, “cada ser humano es una historia y define esa historia para sí mismo a partir de sus respuestas a las vicisitudes con las que se encuentra”.

En estos tiempos, cuando las fronteras de los mundos reales y virtuales se transforman a la velocidad con la que se nos vuelve obsoleto el último modelo de celular, ¿cómo saber cuál debe ser el “modelo colombiano 2025”? Si la educación está dejando de ser pensada como el camino más corto entre dos puntajes y si el mundo se está conviertiendo en ese lugar amenazante para la vida humana, quizás necesitemos estudiantes que en vez de competir con sus colegas latinoamericanos, cooperen con ellos y con los ciudadanos de todos los mundos y trabajen en equipos no previstos para resolver problemas que aún no imaginamos.

Quizás nuestra educación necesita comenzar por competir y comparar –o mejor dialogar y albergar– diversas versiones de nosotros mismos para saber quiénes somos y comprender lo que aún no hemos comprendido. Porque nuestras formas de vivir y de morir han afectado, no solo nuestras escuelas, sino nuestra psiquis, y requieren ser repensadas, reparadas y reconstruidas para sanar nuestras heridas y aprender a vivir juntos.

La escuela puede ser un buen escenario para comenzar la tarea. Pero no basta con sacar unas décimas más que nuestros vecinos. Con el perdón de la OCDE y de los asesores de Santos, necesitamos enfoques más imaginativos.

Yolanda Reyes